Endemoniados




Para el día de hoy (01/02/16): 

Evangelio según San Marcos 5, 1-20




Jesús y los Doce se habían subido a la barca y navegando llegan a la otra orilla del mar de Galilea, a la región de los gerasenos, tierra de la Decápolis, las diez ciudades de origen helenístico que política y administrativamente se encontraban bajo la jurisdicción del cónsul romano ubicado en Siria. 
En cuanto al viaje, no se prolonga demasiado, pues no son demasiados los kilometros por recorrer por tierra o millas que navegar. Sin embargo, para esos hombres la distancia es enorme.

Ellos han salido de la zona confortable de la identidad judía y están en el extranjero, aunque la frontera traspuesta esté a pocos pasos: allí es territorio pagano, en donde se presupone que nunca llegará la bendición y los favores de Dios, y en donde son pasibles de suceder todas las desgracias.
Algo de ello puede percibirse, pues la recepción no puede ser peor: un hombre transtornado -alienado, endemoniado, presa su alma del mal-, un impuro absoluto que es casi un animal y que como tal lo tratan, y que habita en la casa de la muerte, un cementerio. Es significativo que apenas desembarcados le salga al encuentro el endemoniado geraseno, como si todo lo foráneo fuera impuro, diabólico, maldito.

A las gentes del lugar no les incumbían ni les interesaban las duras normas de pureza ritual existentes en Israel, pero los vecinos de la zona no son neutrales. Ellos no proporcionan alivio ni contención a ese hombre, y como solía ponerse violento, lo encadenan y le ponen grilletes allí en el cementerio, en un torpe intento de dominarlo y arrojarlo allí, a su suerte.
Peor aún que bajo el dominio de una regla religiosa, esos vecinos lo consideran dentro de parámetros normales, se han acostumbrado a los gritos, las heridas, la miseria andante en la que se ha convertido, una resignación frente a lo inhumano.

La presencia de Cristo siempre, esté donde esté, es vida y liberación, y por eso la queja airada de los espíritus malos que agobian a ese hombre, que se quieren tragar los escasos rasgos humanos que le quedan, imponiendo su soberanía espúrea. 
El nombre Legión no es casual: en la cercana siria, se estaciona la 10a. legión romana, cuya insignia distintiva es un jabalí -un cerdo salvaje-. Para las gentes de aquel tiempo, judíos o gentiles, las legiones romanas implicaban la opresión, el dominio de los pueblos mediante el uso brutal de la fuerza de las legiones: legión, entonces, tiene la connotación simbólica de lo que oprime, de lo que exige sumisión, de lo que sojuzga sin excepciones.
Legión es lo que se impone sin conmiseriaciones, y es siempre inhumano, abyecto, demoníaco, pues socava la libertad y coarta cualquier atisbo de crecimiento humano.

No hay mal que al Señor se le resista. Los espíritus malos traspasando del hombre enfermo a una piara de cerdos expresan el sitio teológico de lo impuro, de lo que debe desalojarse de los corazones. 
Así entonces esa piara se despeña al mar, quizás como purificación de un alma agobiada que se ha puesto nuevamente de pié, erguida en libertad, firme en su estatura de hombre pleno.

Los vecinos gerasenos no quieren más de eso. La pérdida de los cerdos ha sido demasiado gravosa, y dada la fama del rabbí galileo, es altamente probable que vuelva a suceder los mismo, pero de ese modo ellos eligen quedarse en tierra de sombras, priorizando las cosas -por más valiosas que fueran- por sobre las personas. Porque allí un hombre es el doliente, pero muchos los endemoniados, los que se acostumbran al mal, los que desmerecen cualquier bien en pos de los demás, los que balancean beneficios propios, nunca los ajenos.

Ese hombre re-creado quiere quedarse con el Maestro. A todos, en los momentos de pura claridad, nos gustaría -como a Pedro en el monte de la Transfiguración- quedarnos allí para siempre.
Pero hay vida nueva, y uno no solamente es libre de, es libre para. La verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio, y ese hombre tiene ahora una misión, un apostolado, que es regresar al hogar y contar a los suyos de la asombrosa misericordia de Dios, del paso bienhechor de Cristo por su existencia, del éxodo liberador que se nos ofrece cuando el Maestro desembarca en las orillas de nuestros corazones.

Paz y Bien

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