Del oír al escuchar



Para el día de hoy (12/03/15) 

Evangelio según San Lucas 11, 14-23





El silencio es fundamental, fundante: cuando nos adentramos al silencio, en tanto que ámbito frondoso y espiritual, la caridad nos abre las puertas al misterio inmenso de Dios, porque recuperamos la capacidad de escuchar lo que en verdad debe escucharse, la Palabra de Vida que es Palabra Viva, Dios que nos habla hoy.
Ese silencio también es una Pascua, un paso liberador del mero oír como si cualquier sonido fuera una parte más del paisaje, al escuchar atentamente lo que dice el hermano, el prójimo. Porque en verdad, a menudo nos oímos y no nos escuchamos, mucho menos el clamor silencioso de los que sufren, de los pobres, de los más pequeños.

En la lectura del Evangelio para el día de hoy nos encontramos frente a la sanación que realiza Jesús de Nazareth al espíritu de un hombre reducido al mutismo. Ello es crucial: quien un hombre que no puede hablar difícilmente pueda expresarse con claridad, difícilmente sea escuchado o atendidas sus quejas. Un hombre enmudecido es un hombre reducido a un mundo de soledad, pues ese mundo es el del peor de los silencios, igual al silencio estéril que se impone y no se elige, el silencio brutal que taladra cualquier voluntad de escuchar a los demás, el silencio utilizado para acallar disensos.

Simbólicamente, el demonio señalado es una religión que se ha quedado en la pura exterioridad, que ha dejado de escuchar a su Dios y al hermano, que no tolera y repudia a los díscolos, que a las voces distintas busca aplastarlas mediante la denostación o la aplicación de rótulos que descalifiquen y aislen.

Lo podemos descubrir en tiempo presente, en especial en los silencios que se imponen mediante la fuerza de los brutos sin razón, dispensadores procaces de la muerte bajo rótulos demoníacos o pátinas revolucionarias. Y cae primero herida de muerte la verdad, y con ella toda libertad se humilla, y por ello las primeras víctimas son siempre los jóvenes, los que tienen las voces más fuertes, más tenaces y persistentes.
Para las bestias, ni siquiera se oye, y mucho menos se escucha: sólo se escuchan los gritos brutales de las declamaciones tantas veces repetidas, y los estruendos impiadosos de las armas.

Aún así, no hay que callar. Todo pasará, todo poder -por fiero y grande que parezca- ha de caer, toda injusticia finalizará y la vida y la libertad prevalecerán. Los verdaderos demonios de la destrucción han sembrado semillas de muerte en sus propios discursos pantanosos, pues renegar del hermano es, ante todo, irse muriendo en vida, perecer aunque el corazón siga latiendo.

Cuaresma es bendición y es esperanza. Esperanza cierta de que la muerte no tiene la última palabra. Bendición de un tiempo santo ofrecido para el regreso a Dios y a la vida en la escucha atenta del hermano, en donde resplandece el rostro de Dios.

Paz y Bien

1 comentarios:

pensamiento dijo...

Dios es amigo del silencio y debemos escucharle porque lo que cuenta no son nuestras palabras sino lo que él dice, y lo que dice a través de nosotros. Gracias.

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