Encuentro y asombro



Para el día de hoy (05/01/15) 

Evangelio según San Juan 1, 43-51


En tiempo de Navidad, aún estamos con la mirada atenta al Cordero de Dios que nos señala el Bautista y que se llega humildemente a nuestras vidas. Esa sana tensión que nos mantiene despiertos ha de mantenernos la mirada atenta para descubrir el paso salvador de Dios a través de toda la historia.
Con tal disposición del corazón, que se reviste de humildad y se fundamenta en la fé, hemos de abordar la Palabra.

Los hechos puntuales descritos por el Evangelista Juan: en una ruta provinciana, en la periférica Galilea de donde nada bueno se espera, se encuentra un hombre joven y pobre con pescadores humildes de Betsaida. Puede parecer un encuentro fortuito o circunstancial a ojos mundanos que siempre miran para otro lado. Sin embargo en esos caminos de tierra, y a partir de esos hombres sin mayor relevancia se teje la encrucijada de la historia humana, inclusive para los que no son creyentes.

Curiosamente, no hay espectaculares acontecimientos fundacionales, adoctrinamientos o adhesiones cuasi ideológicas. Se trata de encuentros totalmente personales, tan decisivos que nada volverá a ser igual a partir de ellos.
Curiosamente también no hay una orden de partida, una señal de obediencia sin rechistar ni una exégesis avanzada: lo que decide la suerte es una invitación a compartir el camino por parte de ese hombre joven, un artesano galileo hijo de José de Nazareth, carpintero.

El encuentro provoca un cambio que es movimiento, ponerse en marcha. Aún cuando la confusión sea grande -¿quién soy yo para esto, qué se espera de mí?- a su vez desata silencios impuestos. Es algo tan grande que ha de compartirse, y volvemos al comienzo: se trata de una cuestión enteramente personal, por ello el convite transmitido no trata de convencer ni de doblegar voluntades. El convite parece escueto pero es enorme en su desafío existencial: ir, mirar y ver. Salir de sí mismo, animarse a mirar más allá de las apariencias, asomarse a la luz clara del alba.

La vocación cristiana, más allá del modo de profesarla, es así, una invitación personalísima de Jesús de Nazareth a compartir vida, camino, su propio ser eterno en el aquí y el ahora. Y a abrir los ojos con visión renovada, porque hay una realidad inmensa que bulle, que está viva y que nos arroja signos mansos a cada paso, desde siempre.

Paz y Bien 





1 comentarios:

pensamiento dijo...

El encuentro provoca un cambio que es movimiento, Debo dejarme encontrar por ÉL, gracias.

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