La iniciativa de Cristo, el tiempo propicio





Domingo tercero durante el año

Conversión de San Pablo, Apóstol


Para el día de hoy (25/01/15) 

Evangelio según San Marcos 1, 14-20



En toda las enseñanzas y anuncios de Jesús de Nazareth impresiona su concepción del tiempo: para Él, el tiempo no es una convención de cronología, aconteceres secuenciales y mensurables, sino más bien de un tiempo santo, fecundado por ese Dios que se entreteje Él mismo en la historia humana, misterio amoroso de la Encarnación.

Ese tiempo propicio, kairós, es tiempo de promesas cumplidas, de el arribo que sostendrá las esperanzas por siempre. Porque Dios está con nosotros, el Reino está cerca, muy cerca, tan cerca de cada corazón, el hoy de la Salvación. Aquí y ahora.

La primacía de Dios se ratifica contundente en el ministerio del Señor. De Cristo son todas las iniciativas, y el encuentro con Él implica una profundidad que conmociona la totalidad de la existencia, frente a la cual no se puede permanecer indiferente. Debe haber una respuesta, aún cuando esa respuesta sea negativa.
Sin embargo, decir sí es atreverse a transformar de raíz el devenir de esta pequeña parcela vital que somos, y edificar un destino junto a Aquél que siempre vá por delante de nosotros, encabezando esta gran peregrinación que es la vida cristiana, el coraje de ser sal de la tierra, la confianza de volverse luz en medio de tantas sombras de muerte.

El Maestro busca a los suyos, a sus amigas y amigos, a su familia allí mismo en donde transcurre su cotidianeidad.
Hay un éxodo desde los lugares considerados sagrados, aquellos en donde se los presupone únicos recintos en donde permanece Dios. En el tiempo de la Gracia, cada mujer y cada hombre es templo santo y latiente del Dios de la Vida. Por ello la vida es sagrada, por ello el culto primero es la compasión, fruto santo de la caridad.

Esos hombres son pecadores como nosotros, pero aún así viven una Pascua de pecadores a pescadores de hombres, misión de rescate para que muchos pequeños peces a la deriva permanezcan con vida.

Esos hombres tienen un nombre que el Evangelista nos recuerda: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, y junto a esos nombres están también los nuestros y muchos más, pues todos hemos sido invitados desde la profunda mirada de insondable amistad de Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor.

Paz y Bien

 

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