Nadie se vá del todo



Conmemoración de todos los Fieles Difuntos

Para el día de hoy (02/11/14) 

Evangelio según San Lucas 24, 1-8




Mucho se ha escrito y mucho puede decirse, quizás por esa certeza -no tan frecuentemente expresada- de que todos vamos a morir. Esa conciencia de la propia finitud ha provocado, a través de los tiempos, diversos aconteceres que refieren precisamente a la la necesidad de superar esa frontera, de perpetuarse, y han sido estudiados sin cesar; entre todos ellos, también las religiones tienen sus capítulos en tanto que ámbitos en donde los procesos inconscientes y la angustia encuentran asidero y cierto grado de tranquilidad.
Es claro que este último punto posee cierto grado de veracidad, siempre y cuando nos coloquemos solamente en la perspectiva de quien busca, aún cuando el objeto de esta búsqueda sea un sucedáneo de lo inevitable.

Pero desde el ministerio de Jesús de Nazareth entendemos que la fé es don y es misterio, una invitación difícil de mensurar que implica la primacía de un Dios que dá el primer paso, que sale al encuentro de la humanidad, que invita amorosamente y sin condiciones a ser partícipes de su misma existencia infinita y eterna, con el asombroso color de la gratuidad.
Esa invitación -amplísima, universal, irrestricta- sólo puede aceptarse si hay cambios. No refiere a cumplimientos de ciertas pautas o normas establecidas con el fin de acumular méritos para acceder a beneficios postreros; no se trata de una caja de ahorros piadosa ni de un capitalismo espiritual. Se trata de ponerse en la perspectiva del tesoro más valioso encontrado, por el que vale la pena vender todo para quedárselo, hallar con toda certeza el Absoluto y ese hallazgo transforma la totalidad de la existencia.
Porque por Cristo sabemos que ese Absoluto es Padre y es Madre, y así no descubrimos hijas e hijos, y entonces nos vinculamos de otro modo con Él y con los demás, a los que sabemos hermanos, modo nuevo y definitivo de re-ligarse o re-unirse con todo y todos.

En este día tan especial, en el que conmemoramos a los que nos han precedido, seguramente no han de estar ausentes ni la tristeza ni el dolor. Pero en ese tiempo de invitación y certeza, tiempo de fé, prevalece la esperanza.
El Dios de Jesús de Nazareth es un Dios de abrazos, de donación absoluta, de vida ofrecida. Los fieles difuntos -por esa fidelidad que los define- están vivos y plenos por los campos de Dios, en comunión firme con todos y cada uno de nosotros, porque el amor todo lo puede, porque con Cristo toda tumba deviene inútil, y es señal de comienzo, nunca de final.

Porque nadie se vá del todo, pues se vive en el alma de los que aman, en nuestros pequeños corazones y en el corazón sagrado de Aquel que jamás desistirá en sus afanes de querernos.

Que los nuestros descansen en paz y vivan para siempre, hasta el reencuentro final del regreso del Señor.

Paz y Bien

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