Teologías de las conveniencias





Santa Cecilia, virgen y mártir

Para el día de hoy (22/11/14) 

Evangelio según San Lucas 20, 27-40




El motivo aparente de discusión entre algunos saduceos y Jesús de Nazareth es la llamada Ley de Levirato. Este instituto legal de Israel preveía que si una mujer quedaba viuda sin haber tenido hijos, obligatoriamente debía contraer nuevas nupcias con un hermano del esposo fallecido para perpetuar el linaje -o si se quiere, para que no se pierda el apellido-, y para que las propiedades permanezcan en la familia. El carácter era endogámico, es decir, que presumía no sólo salvaguardar intereses de clan sino también la contaminación extranjera. Si bien el levirato está prescrito en la Torah, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth su observancia, en parte, se había relajado al punto que la obligación se subordinaba al consentimiento de los nuevos contrayentes.

La discusión exegética que le plantean al Maestro tiene por objeto tiene por objeto desacreditarlo, humillarlo en público. El nudo es tan ridículo que es irrelevante, y por ello debemos ahondar en el carácter de esos inquisidores que bajo una pátina respetuosa -lo tratan como un rabbí- en realidad le manifiestan un desprecio que no pueden esconder del todo.
Es que los saduceos representan, mayormente, a una élite noble, laica y de gran poder económico y político, aún cuando notorios saduceos accedan al sumo sacerdocio de Israel, como por ejemplo Anás y su yerno Caifás. Ellos están más que satisfechos con la vida privilegiada que llevan, y que consideran como una bendición divina, y por eso mismo articulan todo un pensamiento teológico alrededor de esa prosperidad floreciente que disfrutan; es decir, establecen principios de fé subordinados a su conveniencia, una conveniencia a la que le dan sustento religiosos y a la que buscan afanosamente prolongar.
Sobre esa realidad de total confort y bienestar sin sobresaltos pretenden una prolongación sin límites: por resultarles tan cómodo el más acá, no hay demasiado interés en el más allá, excepto que este último sea una prolongación consecuente de sus días, en el mismo sentido, una inmortalidad sin trascendencia.
La idea de una humanidad recreada en la Resurrección les resulta inaceptable porque la Resurrección no se adapta a sus limitados esquemas, porque la Resurrección es don y misterio de amor y libertad.

El Dios de Jesús de Nazareth es Dios de la Pascua, de la Vida plena que se teje entre Él y la humanidad a la que ama sin límites ni cansancios. Y la fé ofrecida no es un catálogo de ideas convenientemente ordenadas en provecho propio, sino la unión de la totalidad de la existencia con el Cristo de nuestra Salvación.

Paz y Bien

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