Miércoles Santo: El valor de un amigo, el precio de un esclavo



Miércoles Santo

Para el día de hoy (16/04/14):  
Evangelio según San Mateo 26, 14-25



A través de la historia, el nombre de Judas está íntimamente asociado, como un sinónimo, para describir a los peores traidores, de tal modo que los que han quebrantado fidelidades serán identificados directamente como otros tantos Judas.

A su vez, desde los mismos comienzos de la Iglesia se ha reflexionado, analizado y escrito acerca de aquellos motivos que llevaron a Judas a actuar de la manera que actuó, entregando al Maestro a manos de sus enemigos.
Sea cual fuere la conclusión -condenatoria, morigeradora de la culpa, justificable, racional- el hecho objetivo es qie más allá de la motivación y la causa, Judas entregó a Jesús a manos de sus enemigos acérrimos libremente, sin coacciones y en pleno uso de sus facultades. Es decir, en plena responsabilidad.

Es menester recordar que los Doce apóstoles fueron elegidos personalmente por Jesús de Nazareth luego de una noche de oración: Él los conocía bien, sabía de sus virtudes y defectos, y con todo y a pesar de todo compartió con ellos cada segundo de cada día durante tres años. Ellos eran más que discípulos, ellos eran sus amigos, en ellos depositaba asombrosamente su confianza.

Sin embargo, muchos de ellos -por no decir todos- no alcanzaban a comprender ni a aceptar las enseñanzas de Jesús, ni a desembarazarse de viejos esquemas, especialmente de esa imagen de un Mesías revestido de gloria que gobernaría Israel luego de una aplastante victoria de sus enemigos. Ellos sólo tomarían plena conciencia luego de la Resurrección, y especialmente en Pentecostés. Hay razones que la mente no puede abordar, que son cuestiones de co-razones.

Es muy probable que Judas fuera del partido zelota, o sea, de ese movimiento que justificaba toda acción con tal de liberar a Israel de la bota romana.
Y sinceramente, para hombres como aquellos, vivir con Cristo y seguirle no sería nada fácil, como no es nada fácil para nosotros cambiar, tan remisos que somos a la conversión.

Desde allí, una somera imagen del porqué acude Judas al Sanedrín para entregar al Maestro. El Sanedrín es la autoridad máxima de Israel, y representa la ortodoxia, la tradición, la confortable calma de lo conocido, mientras que Cristo es un mar sin orillas.
Tal vez por ello el Iscariote se dirige precisamente allí: las treinta monedas de plata son un gesto de máximo desprecio legalista por parte de los sanedritas, toda vez que según la ley de Moisés representa el valor de un esclavo al cual se hiere o se mata.

Treinta monedas, el precio de un esclavo.
Treinta monedas, el valor dado a un amigo inquebrantablemente fiel, que a pesar de saber la traición inminente comparte el pan.
Treinta monedas que se teñirán de sangre.

Nunca deben traficarse los afectos, jamás se debe comercializar lo que se quiere.

Sin embargo, aún en esa espantosa tiniebla que en todo se inmiscuye, prevalece la luz de Dios. Porque a pesar de ese quebranto terrible, Dios permanece fiel, Cristo no baja los brazos ni se resigna a nuestros vaivenes, por horrorosos que estos sean.

Jesús ama hasta el fin y más allá también, y eso es lo que verdaderamente cuenta, y eso es semilla de nuestra esperanza cuando nos acosa el dolor y el desconsuelo.

Paz y Bien


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