Lázaro de Betania



Domingo Quinto de Cuaresma

Para el día de hoy (06/04/14):  
Evangelio según San Juan 11, 1-45




Betania, indican las Escrituras, se encuentra a quince estadios de Jerusalem, o sea, a casi tres kilómetros de la Ciudad Santa, una distancia muy corta aún en la Palestina del siglo I.

En esa pequeña ciudad Jesús de Nazareth se encontraba a gusto, como en casa propia, con la cálida intimidad y tranquilidad de los amigos. Lázaro y sus dos hermanas, Marta y María, eran amigos del Maestro y lo amaban tanto como Él los amaba a ellos, se querían sin demasiados aspavientos, un quererse que se vive antes que se declama, y es precisamente símbolo de esa familia grande que conocemos como Iglesia, una familia en donde todos y cada uno cuenta, donde los vínculos son de profundos afectos espirituales, y donde por sobre todo Cristo se encuentra a gusto, en casa.

Jesús se encontraba lejos, escapando de aquellos que lo perseguían porque el tiempo de su Pasión y de su muerte no estaba atado a los caprichos de sus ejecutores, sino a la libertad en como Él entrega su vida. 
En parte por ello, cuando le avisan de la enfermedad de su amigo Lázaro -que significa en su raíz aramea aquel a quien Dios ayuda- hubiera sido imposible que hubiera de llegar a tiempo, por las distancias a recorrer.
Sin embargo, Jesús no vacila y se pone en camino en búsqueda de su amigo. Y es frente a la protesta de los discípulos -los riesgos eran grandes e inminentes- reafirma en Él mismo las primacías de Dios: Él vá en camino hacia Judea antes que a Betania, a la zona riesgosa en donde se le busca con denuedo para detenerle, para ejecutarlo, para suprimirlo.
Pero el rabbí galileo exhibe cierto grado de imprudente locura, pues nada lo arredra ni se detendrá ni un segundo a la hora del socorro, aún cuando deba poner en riesgo su misma existencia a favor de un solo amigo.

Pero la enfermedad y la muerte se han cebado en el cuerpo del amigo, y parece que es tarde. Marta y María, anegadas de dolor, reprenden la ausencia de Cristo en los momentos cruciales con la confianza que nace del afecto. Aunque de modo imperfecto, aunque la pérdida y los ritos mortuorios le ensombrecen la mirada, aunque su fé debe crecer, siguen confiando en ese Amigo, un Amigo que es un Mesías muy extraño, un Mesías que se derrumba en llanto, un Mesías demasiado humano.
Sin embargo, esa misma humanidad de Jesús en las lágrimas ha de ser para nosotros motivo de serena esperanza, aún vacilantes en mares de dolor y tormentas de tristeza.

Porque la Resurrección y la vida no son conceptos, ni dones post mortem para los fieles exactos. La Resurrección y la vida florecen en el aquí y el ahora, y siempre son Alguien, Cristo, nuestro hermano y Señor.

Muchos de nosotros, sin demasiados merecimientos -justo y necesario es decirlo- somos también amigos queridísimos de ese Cristo que siempre nos busca, a pesar de que a veces parece haber llegado tarde.
Porque es imprescindible que la voz fuerte de Cristo nos haga salir fuera de esos reductos de muerte en donde nos acomodamos, porque hay qe desertar de toda corrupción, porque jamás hay que resignarse.

En los cementerios hay muchos -muchísimos- recuerdos de hermanas y hermanos nuestros que están vivos en plenitud, mucho más que otros tantos que caminan por nuestras calles y son apenas espectros.

Todos somos Lázaros de Betania llamados a vivir y pervivir, porque con Cristo la vida no se rinde y prevalece.

Paz y Bien
 

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