Hermano en las tentaciones



Primer Domingo de Cuaresma

Para el día de hoy (09/03/14):  
Evangelio según San Mateo 4, 1-11


En este Primer Domingo de Cuaresma, el Evangelio nos ofrece un texto que nos remite a nuestra veraz condición humana, frágil y quebradiza, condición que es preciso asumir para crecer en esa humanidad tan limitada. Pero también revela la identidad misma de Cristo, un Dios Emannuel -Dios-con-nosotros- que acampa aquí, en estos arrabales,que asume nuestras miserias y debilidades.

En el asombroso misterio de la Encarnación, Dios se hace en Jesús de Nazareth uno más entre nosotros, entre nuestros marasmos de desdichas, des-gracias y quebrantos.
Así se vuelve falaz esa imagen de un dios excelsamente alejado, o de un Mesías superpoderoso al modo televisivo, o de un dios que se disfraza con apariencia humana. Este Dios se hace compañero, amigo, hermano en piel y huesos, en sangre y sentimientos de esa humanidad que no está ni estará jamás librada a la ventura de sus vicisitudes y azares. 
Lo que cuenta, lo que decide e identifica desde su misma raíz es el amor y esa fidelidad hasta las últimas consecuencias.

Una primera tentación golpea  y muerde a Jesús de Nazareth. Un ayuno prolongado -elegido o impuesto- debilita cuerpos y voluntades, y el Tramposo arrima la solución fácil, egoísta, torpe en su inmediatez. Pero con todo y a pesar de todo el Maestro no cede, y se vuelve hermano de todos los que desfallecen de hambre a través de toda la historia. Muchos sucumben a la solución cercana; pero así como el pan del sustento jamás debe faltar en ninguna mesa, es menester procurar el pan pero también la justicia que evita las causas del hambre que se propaga, y se ha de compartir la trascendencia que está en los horizontes de cada corazón. Los límites materialistas son tan crueles como el hambre que se impone, y Cristo se aferra a la Palabra que nos enciende de justicia y de eternidad.

La segunda tentación simboliza esas ansias persistentes de dominio y poder en donde la fraternidad y la solidaridad no tienen espacio. Cuando el poder no es servicio, campea el Tramposo y las gentes son oprimidas, zaheridas sus dignidades primeras de hijas e hijos de Dios. El Dios de Jesús es el Dios de José y María de Nazareth, el Dios de los humildes, el Dios fiel que no abandona a los pobres, el Dios que derriba a los poderosos de sus tronos, el Dios que asombrará en locura y escándalo por su ofrenda total en esa cruz que es el amor mayor, una cruz que clama en su doloroso silencio que nadie más debe morir crucificado.

La tercera tentación es la de la fé declamada, más no proclamada ni vivida, la del gesto vacuo, la del ritual vacío, la banalización de la religión como una costumbre y un show sin corazón. Es la fé que se hinca frente a un dios al que pretende manipular por la acumulación de gestos piadosos, un dios de premios, castigos y recompensas, una fé acumulatoria y retributiva. Cristo no se arrodilla, porque lo que intenta el Tentador es un gesto torpe de un momento. Cristo en su fidelidad permanece fiel, y en cambio de hincarse, será levantado en esa cruz que es amor incondicional, la Gracia que aún no hemos sido capaces de aceptar con ojos de niños.

Aún así, con todas estas fracturas y escisiones, Jesús de Nazareth sigue siendo nuestra esperanza, nuestra única esperanza, nuestra esperanza definitiva. En medio de una marea de tentaciones arrolladoras, se mantuvo en pié, firme en su fidelidad, constante en su amor, con su mirada y su corazón puestos en lo que permanece y no perece. Nuestro hermano mayor los dá la mano para que, aún caídos, nos pongamos de pié.

Paz y Bien 




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