Filacterias




Para el día de hoy (18/03/14):  
Evangelio según San Mateo 23, 1-12



La enseñanza de Jesús de Nazareth, dirigida hoy a los discípulos y a todo el pueblo, a veces se explicitaba al modo de una crítica feroz, de invectivas durísimas. Y los destinatarios de esas palabras filosas eran, en este caso, escribas y fariseos que detentaban el poder religioso en la nación judía.

Aquí es menester hacer un alto: la crítica se dirige a la ética, a la actitud de esos hombres como dirigentes espirituales de su pueblo, más no como judíos. Inferir cualquier rasgo -por leve que parezca- de antisemitismo no sólo es estúpido, sino que es ajeno y abiertamente contrario al Evangelio, una afrenta inconmensurable al Dios de la vida que, tristemente, hemos ejercido por siglos y suele perdurar, matizada con argumentos ideológicos.

Cierto es que el Maestro critica la actitud y el obrar más no la función. Esos hombres ocupaban la cátedra de Moisés, es decir, eran custodios de la sagrada herencia espiritual de Israel que es también nuestra herencia y parte de nuestra tradición; en los momentos críticos de su historia, supieron mantener vivo el rescoldo de la identidad nacional y sus vínculos espirituales amenazados por guerras, destierros e invasiones extranjeras. Por ello mismo habla de escucharlos en tanto intérpretes de la Ley y los profetas, pero de ningún modo seguirlos a ellos como ejemplos de vidas virtuosas.

Él señala las posturas típicas de esos hombres: amaban figurar, ser reconocidos y venerados por el pueblo, y así escogían los lugares de honor en los banquetes, los primeros bancos en las sinagogas, el reconocimiento doctoral, y como parte de esa figuración, alargaban los flecos de sus mantos y agrandaban las filacterias.

El término filacteria proviene del griego phylacterion, que remite a objetos destinados a protección piadosa y, más aún, artilugios cuasi amuletos. Para la fé de Israel, el término es injusto y lejano a la verdad, toda vez que en rigor el uso de amuletos es idolátrico y está terminantemente prohibido. Así entonces, el nombre original de las filacterias -en hebrero y arameo- es tefilin, que son pequeños estuches o envolturas de cuero que se ciñen al brazo que no es útil y a la frente del creyente, pues en esos envoltorios se guardan pasajes de la Torah, símbolo de llevar la Palabra de Dios a todas partes, y en todos los estamentos de la vida.
El problema real era la ostentación y la exterioridad, y así esas filacterias se agrandaban en el afán del reconocimiento ajeno, convirtiéndolas así de objetos buenos y piadosos en esos amuletos repudiados. Peor aún, es que llevan sólo por fuera la Palabra, pero ésta no cala en sus corazones, y así suponen establecidas sus prerrogativas, sus títulos y poderes.

Porque el poder, cuando no se ejerce como servicio, necesariamente conduce a la opresión, a colocar cargas intolerables en los corazones.

En esta familia grande que llamamos Iglesia, de un modo distinto pero a la vez similar, continuamos agrandando nuestras filacterias en afán de figurar, del poder, del reconocimiento, del dominio que conduce al desprecio y a la minusvaloración del otro. En esos espacios escasos no hay lugar para la fraternidad, y la fé es sólo una práctica del culto los domingos, un rito a cumplir para que todo siga igual, para que nada cambie.

Es tiempo de Cuaresma, tiempo del regreso a lo que en verdad somos, y de encaminarnos a ese destino eterno que se nos propone y ofrece sin condiciones un hermano, el hermano mayor, Cristo el Señor.

Paz y Bien



0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba