Cuando hablan los que no tienen voz




Para el día de hoy (27/03/14):  
Evangelio según San Lucas 11, 14-23



En la plenitud del ministerio de Jesús de Nazareth, no podrían haberlo insultado con mayor ferocidad: al sanar a un hombre aquejado de mudez, haciendo que recuperara el habla, lo tildan de agente o ejecutor del príncipe de los demonios. Justamente a Él, que pasaba haciendo el bien sin condiciones y a todos por igual.
Esos hombres -escribas- que lo injuriaban habían venido especialmente desde Jerusalem con el ánimo dispuesto para el juicio y la condena. No hay en ellos hambre de verdad, y por eso mismo se vuelven ciegos ante lo evidente.

La imagen de un dios severísimo y castigador, raíz y fundamento de todas las penurias y enfermedades como consecuencia lógica de los propios pecados se contrapone a la Misericordia que desborda al Maestro, que prodiga sin límites.
Y que ese mudo pueda volver a hablar los descoloca, los descalifica, los reduce a severos cultores de sus normas pero no de su Dios.

Así también nos suele suceder, aún hoy.
Muchos -demasiados- no tienen voz propia. Por la pobreza, por la miseria, por todas las cautividades impuestas, especialmente las que son consecuencia de las crueles colonizaciones mentales y de la falta de educación, mujeres y hombres se ven obligados al silencio tenebroso y estéril, a una lenta agonía que no se advierte. En los casos más graves, ni ellos mismos se dan cuenta de la falta de voz.

Pero casi siempre, a la falta de voz se corresponde la ausencia de vos, de tú, de nosotros. Porque puede ser que se recupere el habla, pero no será una sanación plena si no hay reciprocidad, es decir, corazones dispuestos a la escucha.

Para muchos poderosos -gobernantes, políticos, villanos, líderes religiosos, violentos y tantos otros- sigue siendo conveniente la reducción al silencio. Y también es motivo de diatriba cuando los discípulos actuales del Señor sanan a esas almas aisladas.

Habrá que rogar que nuevas voces re-creadas vuelvan a escucharse. Y que recuperemos la capacidad santa de oír, de escuchar al hermano, voz de Dios que nos congrega.

Paz y Bien



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