Cristo reconocido por una mirada de fé en el pan compartido, en el vino de la vida ofrecida, en el rostro de los pobres
















Para el día de hoy (27/03/20): 

Evangelio según San Juan 7, 1-2. 10. 14. 25-30






El ambiente estaba cada vez más enrarecido, especialmente en Judea: la idea de aplastar y silenciar con la muerte al joven rabbí galileo ya se había tomado, sin importar el derecho y la necesidad de probar debidamente las terribles acusaciones que le formulaban.
Es en parte por ello que Jesús de Nazareth acota su ministerio a su Galilea, un territorio menos hostil, y prosigue con su misión con toda fidelidad, sin vacilaciones, a pesar de todas las trampas que le han tendido, de las frecuentes emboscadas, de las órdenes de arresto.
Pero lo crucial en esta cuestión no pasa por la habilidad del Maestro en eludir las celadas de sus enemigos: la clave está en el tiempo propicio, el tiempo santo, el tiempo exacto. Jesús no morirá por decisión de los que lo persiguen y le odian, ni lo atraparán antes de tiempo. Su muerte será en el momento certero, veraz, propicio, momento santo que sólo puede comprenderse desde la fé y desde el amor de Dios, pues su muerte será oblación suprema y no consecuencia de odios encendidos.

Así entonces Jesús ingresa a la Ciudad Santa de modo clandestino, oculto entre la multitud que sube a Jerusalem para una de las grandes celebraciones de la fé de Israel, Sukkot o Fiesta de las chozas o Tabernáculos, festividad que junto con Pesaj -Pascua- y Yom Kippur -Dia del Perdón- constituye el núcleo solemne de la religión judía. 
En Sukkot se hace memorial del largo peregrinar liberador de Israel por el desierto, en que se armaban pequeños tinglados con rama para protegerse del crudo sol, y en donde se ofrecía culto al Dios que había intervenido por su libertad. La celebración es en otoño y es celebración agrícola de vendimia y cosechas, y el símbolo deslumbra: el Cristo que llega a cumplir plenamente su misión también tiene en su propia existencia una celebración de vendimia.
Él no evitará beber su vino de ofrenda absoluta elaborado en el lagar terrible de la Pasión.

Por más que esté escondido algunos notan su presencia, indignados porque anda por ahí como si nada, con toda la estructura religiosa en su contra. Es la misma reacción de aquellos a los que la imagen que adoptan, prediseñada, de Dios, y cuando ese Dios no se adapta a sus moldes, se quejan airadamente porque creen conocerlo bien, porque un Mesías humilde, servidor, nacido en el medio de la nada periférica es un Mesías que no se condice con esos esquemas, y que su sola presencia todo lo cuestiona.

Nosotros también, a menudo, afirmamos conocerle. Pero en verdad ni lo escuchamos ni ponemos en práctica su Palabra, y nos enojamos cuando no se vuelve dócil a nuestros caprichos.
Sin embargo, Cristo sigue andando por nuestras calles, humilde e incógnito pero escondido a plena vista, y puede ser reconocido por una mirada de fé en el pan compartido, en el vino de la vida ofrecida, en el rostro de los pobres.

Paz y Bien


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