La perversión de las devociones exigidas sin conversión
















Para el día de hoy (27/08/19):  



Evangelio según San Mateo 23, 23-26







La tradición y obligatoriedad del diezmo se remontaba a las raíces misma de Israel como pueblo y nación: las tribus debían entregar la décima parte de los frutos de su cosecha y sus rebaños para sostener a la tribu de Leví, quienes a su vez tenían por misión el servicio del Tabernáculo, y luego del culto en el Templo; los levitas no tendrían tierras propias -por ello se ocupaban de ellos las otras tribus-, y con la evolución histórica, todo varón judío pagaría el diezmo para sostener a los sacerdotes y al Templo de Jerusalem.
El impuesto era de carácter anual, y lo recaudado un año de cada tres se destinaba a la protección de los huérfanos y las viudas.

Pero también el diezmo poseía un significado trascendente, y era la soberanía de Dios, la propiedad y el derecho de Dios sobre Israel.

Con el surgimiento de la corriente farisea, el cumplimiento del diezmo se extiende de los frutos de la tierra -cosechas y ganados- a los productos mínimos, incluidas las hierbas silvestres y los condimentos. No es difícil imaginarse a una madre de familia separando una ramita de perejil de cada diez para cumplir.

A pesar de lo ridículo de la escena imaginada, tampoco hemos de caer en el extremo de no prestar atención a las cosas pequeñas. Todo tiene su importancia. Pero esos hombres, extremadamente piadosos -religiosos profesionales- habían absolutizado lo que no lo era, sacralizando nimiedades en desmedro de lo que en verdad cuenta, la justicia, la misericordia y la fidelidad.

Es una dictadura de la superficialidad, de la apariencia de piedad sin corazón ni Dios que la sustenten, y desde allí el sábado está por sobre el hombre y las abluciones y las rígidas normas de impureza ritual desalojan a la compasión, guías ciegos que llevan al pueblo que doblegan al abismo de la desesperanza y el miedo.

Ésa es la perversión, exigir devociones gesticuladas sin practicar, corazón adentro, la conversión.

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba