Un Dios incansable por el bien de sus hijos
















Domingo 17° durante el año 

Para el día de hoy (29/07/19):  

Evangelio según San Lucas 11, 1-13









Sin ánimos de plantarse en nefastas veredas de miedos patológicos, no es demasiado aventurado afirmar de que las ciudades -las sociedades- se encuentran frente a la disyuntiva de la supervivencia o la destrucción.
El relato de la súplica de Abraham para salvar del abismo a Sodoma y Gomorra expresa a la justicia como sustento de todo destino, es decir, la supervivencia se decide por la justicia que pueda haber en el mundo.
A su vez, esa justicia depende del diálogo con Dios. Hablarle a Dios y dejar que Dios nos hable, escucharle con atención, suplicar con confianza y sin desmayos, con la franca tenacidad de Abraham que confía en su Dios por sobre todo y a pesar de todo.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, cada grupo y secta religiosa tenía una plegaria propia, característica y única que los distinguía de los demás. A menudo, esa oración sólo podía ser pronunciada por aquellos que hubieran sido iniciados en los misterios propios de su grupo, en talante mistérico y restricto, secreto, arcano. Quizás por ello los discípulos le piden al Señor que les enseñe a orar, para diferenciarse ellos también de los demás, incluso como los discípulos del Bautista.

Pero hay otra cuestión evidente a nuestra reflexión, y es que la lectura del Evangelio para este día comienza con el Maestro orando al Padre en soledad, en inmediatamente seguido el pedido de aprender a orar. El discípulo que realiza el pedido permanece anónimo, y es la señal del Evangelista para colocar allí nuestro nombre. Por ello la petición tenga que ver no sólo con un rasgo fundamental de identidad, sino también de orar como Él.

Asombrosa escena de un Dios que reza.

Por Jesús de Nazareth sabemos que Dios no es un violento y rápido verdugo que castiga con prontitud faltas y desvíos, sino que es un Padre que nos ama sin medida ni descanso, un Dios que no se duerme aún cuando nuestros ruegos sean intempestivos y, a menudo, errados. Escucha y protege como sólo un Padre puede escuchar y proteger a sus hijos, y que nos dá el don primordial de la existencia, el Espíritu Santo.

En él se sustenta nuestra esperanza y se hace posible una justicia que haga prevalecer la vida desde el perdón, la compasión, la mesa común, la voluntad amorosa de un Dios que nos habla y nos escucha.


Paz y Bien

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