Iglesia, trigal fecundo














Domingo Quinto de Cuaresma

Para el día de hoy (18/03/18) 

Evangelio según San Juan 12, 20-33







Los pequeños detalles nunca deberían pasarse por alto. A veces son decisivos en tanto que signos, señales de cuestiones cruciales, pequeñas huellas de gorrión que desembocan en portentosas rutas.
Así sucedió con el grupo de griegos que, llegados a Jerusalem para celebrar la Pascua, buscan conocer al Maestro, y esto tiene una impactante conclusión: que el ministerio de Jesús de Nazareth tiene una repercusión enorme, impensada, que no se acota solamente a Israel, sino que trasciende con amplitud las fronteras geográficas, religiosas y culturales.

Muy probablemente estos hombres, estos griegos, provengan de la Decápolis, y no de la Grecia continental, y que se trate de prosélitos. Los prosélitos eran los extranjeros conversos a la fé de Israel, que estaban circuncidados y observaban la Ley. Otros, también respetuosos de las costumbres y tradiciones ancestrales judías, tal vez no toleraban las estrechas restricciones de contacto que la fé de Israel -de aquel entonces- les imponía, especialmente en el caso de contacto prohibidos con otros extranjeros. Como fuera, prosélitos u hombres temerosos del Dios de Israel, tenían su propio espacio dentro del Templo de Jerusalem, el Patio de los Gentiles, en donde a veces el Maestro enseñaba.
Que interpelen con su pedido a Felipe es obvio, el apóstol tiene un nombre de origen helénico y su pueblo natal, Betsaida, se encuentra en Galilea, cerca de la Decápolis.

Esos son los hechos, pero hay otros niveles de profundidad, realidad trascendente a la que es posible asomarse por las ventanas que nos abre el ámbito simbólico. Y ello implica aquí la universalidad del Reino, y que -a pesar de aún no haberlo asumido en toda su dimensión-, el Buen Pastor tiene muchas ovejas en muchos rebaños, rebaños que solemos considerar ajenos, o que ni siquiera imaginamos.


La respuesta de Jesús desconcierta, descoloca. Es dable, es justo y es necesario que la presencia de Cristo en nuestras vidas continúe provocando el mismo efecto, de asombro, el desestructurarse, el afirmarse en lo que verdaderamente importa.

Y lo que importa, lo que cuenta, es el amor infinito de Dios.

Cristo es un hombre que se encuentra a las puertas de una muerte horrorosa asumida en entera libertad. Por es libertad y desde ese amor, el horror deviene en ofrenda, en sacrificio, es decir, en hacer sagrado lo que no lo es.

En la cruz, se reafirma el compromiso inquebrantable de Salvación de Dios para con toda la humanidad.
Así la cruz no será signo de muerte, sino faro levantado en lo alto de la noche, para atraer a puerto seguro estas pequeñas barcas que somos, y también la barca frágil de la Iglesia.

El Reino de Dios, que se hace historia, tiempo, cuerpo y humanidad en Jesucristo, empuja la eternidad desde lo pequeño, desde lo que no cuenta, con una tenacidad asombrosa y humilde, sin estridencias pero que no se resigna ni con la muerte, destino santo de pan para todos los pueblos.

Quiera Dios que esta familia que somos y que llamamos Iglesia sea un trigal fecundo, a la luz de Aquél cuya gloria está en amar y en escuchar en fidelidad sin quebrantos al Dios que lo ha enviado.

Paz y Bien

1 comentarios:

FLOR DEL SILENCIO dijo...
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