Mesa de Cristo, mesa revolucionaria










Para el día de hoy (06/11/17):  

Evangelio según San Lucas 14, 1. 12-14





Salud y psicología. Sociedad y política. Religión y cultura. Todo ello puede colorearse y destacarse, aún a riesgos de cierta ingenuidad, desde el modo de comer.

Comemos para vivir. Comemos para mantenernos saludables. Cuando no se come, comienzan los problemas. La denegación voluntaria del alimento -el ayuno- es loable y necesaria. Pero cuando no se come o se come mal, la vida se pone en peligro y la salud se disipa.
Lamentablemente el hambre de tantos, la mala alimentación de muchos es apenas una anécdota de los medios de comunicación. El hambre del otro no duele, y mientras esto no suceda, no nos atraviese el costado y nos movilice, no serán suficientes los planes y proyectos que tiendan a subsanar estas carencias. 
Aún así, y tantas veces en silencio y de manera abnegada, ángeles con delantal mantienen el hambre a raya, sosteniendo a los niños y familias más humildes. Nos llena de orgullo, y quizás ande escaseando la vergüenza. Demasiados razonadores de miserias campean en estos tiempos.

Comemos también para relacionarnos socialmente. Comienza y se define en la mesa familiar: sin embargo en numerosas ocasiones se guardan formas, se establecen pautas de pertenencia, se deciden negocios, alianzas y guerras. A veces es menester participar de alguna que otra mesa por formalidades, por conveniencias, por cortesías menores.

La comida también tiene su aspecto religioso. La gran mayoría de las religiones tiene sus definiciones alimentarias, quizás por su contenido simbólico referido a Dios.
Para Israel, en las comidas se hacía memoria de la liberación de Egipto y, a su vez, se establecía la pureza espiritual desde los alimentos que se ingerían. También las voces de los profetas se elevaban en el mandato ineludible de alimentar al hambriento.

Pero todo tiene su desvío cuando se pierde la referencia trascendente, aquello que brinda sentido y significado, forma y sustancia. De esa manera, muchas mesas son pequeñas y escasas pues algunos deciden que otros tantos no son dignos de participar de una mesa determinada, como si algunos tuvieran las credenciales suficientes para participar mientras que los demás no.

La mesa del Señor es una mesa humildemente revolucionaria.

En ella tienen un lugar preferencial los que nadie convida, aquellos que nadie invitaría a su mesa.
En la mesa de Cristo descubrimos que no podemos ser felices en soledad. Que el otro es mi hermano, y que mi hermano más querido es el prójimo olvidado a la vera de todos los caminos de la existencia. 
En la mesa del Señor todos se escuchan y todos tienen voz, aún cuando esas voces sean disímiles, mesa de fraternidad, mesa escandalosa pues hace tropezar ciertas razones de exclusión y miseria.

En la mesa del Señor no hay condiciones ni se espera retribución, sólo la inmensa bendición de encontrar a Dios en la mirada del hermano.

Paz y Bien

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