El amor, sustento y destino del universo










Domingo 30° durante el año

Para el día de hoy (29/10/17):  

 
Evangelio según San Mateo 22, 34-40





No era nada fácil ser un estricto cumplidor de las normas religiosas de Israel en el siglo I.
De aquellos diez mandamientos del Sinaí y con el devenir de los siglos, todo fué mutándose hasta convertirse en 613 preceptos, 248 de carácter positivo -uno por cada hueso del cuerpo humano- y 365 de carácter prohibitivo -uno por cada día del año-. En ello se había convertido la Ley que todo judío debía observar de modo taxativo.
Es claro que ello se tornaba en gran medida imposible; por ello, los grandes exégetas rabínicos pergeñaron enjundiosas cauísticas con el fin de resumir y adaptar, en orden de prioridades, esos preceptos. Así entonces, quien fuera capaz de lograr esta síntesis consecuentemente obtenía los avales como escriba, como maestro de la Ley.
A tal extremo obsesivo llegaba esta dialéctica, que muchos ponían a la Ley por encima de todo...inclusive del mismo Dios que en un principio la había ofrecido y que le daba sentido trascendente.

En gran parte por ello -y en ese afán perpetuo de menospreciar y desprestigiar al que piensa distinto, puro desgaste cruel- escribas fariseos se dirigen a Jesús de Nazareth con el fin de que se expide en tales dilemas.

Y aunque Jesús no elude el desafío, su compromiso vá mucho más allá de la erudición. Él se aferra a esa sabiduría que posee por conocer a su Padre.
Así entonces, principios que ellos conocían pero que acotaban a sus miradas mezquinas y esquemáticas, Él les brinda un sentido trascendente y definitivo.

Es el tiempo del Reino, asombroso imperio de la Gracia.
Por ello lo verdaderamente importante, lo que cuenta y está primero que todo lo demás es el amor, un amor infinito que Dios nos tiene. Y a partir del descubrirnos queridos, a su vez, amamos, un fundamento tan humano que nos diviniza.
Sin embargo, suspender aquí toda profundización implicaría una abstracción atractiva pero abstracción al fin, desencarnada y distante de ese Cristo de nuestra Salvación. Por eso el amor a Dios se explica y se expresa en el amor al prójimo/próximo, un prójimo que no es el par, el de mi mismo color o confesión, sino que mi prójimo es, precisamente, aquel a quien me acerco, me aproximo/aprojimo.

Este amor es el principio de todo, el fundamento de toda existencia, la síntesis perfecta de toda ética. Es el cimiento y a la vez el horizonte hacia donde vamos, y todo lo demás -si bien relevante y con su grado de importancia- ha de subordinarse a este principio total. Y cuando esto se tergiversa o falla, comienzan los problemas, escasea la libertad y se multiplica el dolor y la exclusión.

Es cosa de atrevidos el amar como Jesús amaba

Paz y Bien

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