Usurpadores








Para el día de hoy (20/08/16):  

Evangelio según San Mateo  23, 1-12



El ámbito es decisivo: Jesús de Nazareth se encuentra en Jerusalem y les habla sin ambages a la multitud y a los discípulos acerca de la ilegitimidad de los escribas y fariseos.
La cátedra de Moisés no es una figura simbólica sino un sitio concreto, una silla desde donde se impartían conocimientos y formación espiritual, revestida de autoridad religiosa. Antiguamente en Israel -y así lo consigna el libro de Deuteronomio- la función de interpretación y enseñanza de la Palabra de Dios se reservaba a los sacerdotes; al afirmar escribas y fariseos que ocupan la cátedra de Moisés, denota abiertamente que esos hombres habían usurpado un rol, una función, una autoridad que no les pertenecía.

Sin embargo, el problema es mucho más grave, y el Maestro no se calla: ellos reemplazaron la escucha atenta y la contemplación de la Palabra por un intelectualismo tan profuso como vano, la obediencia a Dios por la sumisión a reglamentos impracticables e intolerables, una casuística que agobiaba al pueblo y muy especialmente a los pequeños, que demolía la esperanza, que revestía de culpas y miedo los corazones, muy lejos del Dios de amor, Abbá del universo. 
Pero aún cuando detentaban una autoridad de modo espúreo, en ciertos aspectos hablaban de la Ley, y la verdad -provenga de donde provenga- debe ser escuchada, aunque escribas y fariseos se afanaban en la figuración, en la re-presentación, en el reconocimiento público.

Esa búsqueda de fama, a su vez, pone por delante la propia importancia por sobre lo central, el mismo Dios. Les gana el corazón el ansia de dominio y el detentar la autoridad como poder que se impone.

Los usurpadores de todo tiempo son así. No son servidores de la Palabra, sólo acaparadores de poder, voraces detractores de disidencias, incapaces de misericordia, los que se ufanan de los vestidos ampulosos y los gestos de respeto sumiso que le prodiguen, pero en el fondo, no hay corazones que se revistan de justicia.

Por sus frutos se conocen, y esa es la medida de las voces que debemos escuchar.

Paz y Bien

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