Más que un sanador


Para el día de hoy (11/03/13):  
Evangelio según San Juan 4, 43-54

(Todos los pueblos y culturas tienen sus taumaturgos y sanadores, mujeres y hombres a los que se acude en caso de enfermedad severa, especialmente en aquellos casos en los que la medicina conocida nada más puede hacer.
Cada uno de ellos tendrá sus métodos, sus modos. Unos harán rituales específicos, otros sacrificios, otros impondrán las manos, otros apelarán a fórmulas arcanas y secretas, y tal vez algunos de ellos exijan de manera primordial adhesión a sus principios y creencias. En todos los casos, se supone una espectacularidad e instantaneidad en la sanación, un hecho descollante y extra-ordinario que será calificado como milagro.

Jesús de Nazareth regresa a Galilea desde Jerusalem. Tiempo atrás había sido rechazado por los nazarenos, y hasta habían intentado despeñarlo en un arranque de furia.
Sin embargo, ha tenido un paso arrollador por la Ciudad Santa durante la Pascua, un paso pleno de milagros, y ahora es recibido con otra mirada; se trata del paisano exitoso que regresa, y la recepción es muy distinta. La fama de sanador le precede.

Así sucede lo que hoy nos brinda la Palabra: un funcionario real -probablemente un hombre pagano, burócrata del poder herodiano- acude a Él desesperado, pues su hijo está enfermo en Cafarnaúm. ¿Qué no se hace por un hijo?. Este hombre se desplaza desde Cafarnaúm a Caná en busca del Maestro, pues no encuentra más posibilidades de vida para su vástago.
Es claro que el funcionario sigue la mentalidad imperante, y por eso suplica que Jesús lo acompañe a su casa, hasta el lecho del hijo, pues para curarlo infiere que debe hacer lo que hace un sanador, sus gestos, sus fórmulas, sus milagros, sus prodigios.

Poco tiene que ver Jesús de Nazareth con todo esto. Sus milagros -señales o signos dirá el Evangelista Juan- quieren conducir la mirada a otra realidad viva, mucho más profunda, el amor de Dios entre nosotros, ese Reino que acontece en el aquí y ahora. 
Con todo, el funcionario cree y confía en la palabra de Jesús, y regresa a su casa. Sus servidores le salen al encuentro anoticiándolo de que su hijo se ha sanado, y el hombre confirma que ello ha sucedido al tiempo en que el Maestro lo ha devuelto al hogar. Así creen en él el funcionario y toda su familia.

En realidad, los signos ciertos son varios.
Ha sido arrancado del dolor ese hijo sometido por la fiebre. Ha de crecer y vivir, su vida no será cercenada tan pronto, la vida debe ser vivida en plenitud.
El padre, aún cuando sea pagano, aún cuando piense de manera errónea -busca al sanador famoso-, cree en la Palabra de Jesús, y así sucede la salud, y así sucede su propia conversión y la de los suyos.

Son varios los que se curan. Hay un mal que oprime un cuerpo, hay ideas que ensombrecen las mentes, y no hay fórmulas mágicas ni soluciones espectaculares.
Vida y salud, felicidad y plenitud no se resuelven por pertenencias o adhesiones religiosas, dogmáticas o ideológicas.
Todo se decide en la confianza puesta en la Palabra, Palabra que se hace camino, Palabra que no es tinta inmóvil sino Alguien que nos busca y que se desvive por nuestras existencias)

Paz y Bien

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