Talita kum, el mandato de levantarse


Para el día de hoy (05/02/13):  
Evangelio según San Marcos 5, 21-43

(Esta lectura del Evangelio tiene un pilar fundamental que es la misericordia de Dios que se expresa en plenitud en Jesús de Nazareth, y además, tres personajes muy especiales.

Jairo, jefe de la sinagoga. Es un cargo muy imporante entro de la estructura religiosa judía -especialmente durante el Shabbat-, organizando el culto, invitando a los varones a leer las Escrituras y a comentarlas; el puesto es honorífico, y bajo nuestros categoremas es de carácter laico.
Jairo representa a esa estructura religiosa que rechaza abiertamente a Jesús de Nazareth, la sinagoga que decide la división entre puros e impuros, la ortodoxia cruel que acepta a unos pocos y rechaza a tantos, el culto sin corazón a un dios inaccesible, cruel y vengativo.
Tiene una hija de doce años, y para aquellos tiempos y en esa cultura, es una niña que se está convirtiendo en mujer, en cuerpo y edad de casarse y procrear; sin embargo, carece de cualquier atisbo de autonomía, es apenas una propiedad de su padre. Quizás es todo un ambiente que la agobia y no la deja respirar, que la oprime hasta dejarla moribunda, que no la deja asomarse a la vida adulta. Es también símbolo de una sinagoga que ya no dá respuestas, y de la que Dios se ha ido.

Hay un milagro que quizás nos pase inadvertido, y es la conversión de Jairo. Justamente él, un fariseo convencido que representa a todos aquellos que detestan al Maestro, corre a ponerse a los pies de ese galileo revoltoso porque en las honduras de su corazón sabe que sólo Él puede devolverle la salud a su hija. 
Jairo expresa los matices principales de toda conversión, que son la confianza en Jesús y el atreverse a ir más allá de cualquier barrera ideológica, religiosa, preconceptual.

Jesús lo acompaña a su casa con paso decidido, lo mueve la compasión por esa niña enferma y por el amor de su padre. Pero por entre la multitud que lo rodea, a escondidas y de manera clandestina, una mujer se acerca y toca su manto.
Es una mujer que durante doce años ha sufrido hemorragias, flujo de sangre -quizás lo que hoy la medicina clasificaría como metrorragias o alteraciones menstruales-. Simbólicamente, es una mujer a la que la vida se le va yendo poco a poco en la sangre que pierde, a la que nadie ha dado respuestas.
Su realidad es mucho más cruel que la misma enfermedad que padece: esa patología la vuelve impura según los cánones religiosos, y es una impureza transmisible. Impurifica todo lo que toca y a quien toca. Es una mujer relegada a vivir en soledad, a no amar ni ser amada, a ser mirada con desprecio, a que todos se alejen de ella. Pero también es una mujer que no se resigna, y aunque sea de manera furtiva toca el manto del Maestro, sabiendo que es lo mismo que tocarle a Él, porque lo cree fuente de toda sanación, confianza inquebrantable.
Por ello mismo, la pregunta del Maestro acerca de quien le ha tocado no se refiera a un intento de reconocer al autor de ese atrevimiento, sino de que esa mujer se revele sin miedos, sin esconderse, que se levante íntegra y sana, reivindicada en su humanidad reconstituida por el contacto con la fuerza inconmensurable de ese Cristo caminante.

Aquí no podemos olvidar que esto sucede mientras Jesús y Jairo se encaminan a la casa de éste último por la enfermedad que postra a su hija. Por la nutrida multitud y por el encuentro con la hemorroisa, se han demorado, y en apariencia han llegado tarde. La niña ha muerto según anotician parientes y vecinos.

Pero es un tiempo nuevo y bueno, muy distinto al que se impone. Es tiempo de que la muerte no tenga la última palabra, es el fin del no se puede, es el comienzo de la magnífica bendición de un Dios que nos vuelve a hablar como niñas y niños, hijas e hijos suyos, que no nos quiere postrados, doblegados por nada, erguidos plenos de humanidad, cada vez más humanos, Talita kum para todos los corazones en todo lugar)

Paz y Bien
 
 

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