Que el Señor nunca se aleje












Para el día de hoy (01/07/20):  

Evangelio según San Mateo 8, 28-34










Varios símbolos se nos ofrecen, ventanas de sentido por las cuales podemos asomarnos para ir más allá de la superficie, más allá de lo evidente.

El cementerio como hogar de la muerte, recinto cerrado para los que están muertos. Los cerdos como símbolo de lo impuro -inclusive, más allá de lo ritual-, de lo que no transparenta a Dios, de lo que se le opone. El acantilado como abismo en donde todo perece, la disolución de todo atisbo de vida, la aniquilación de la existencia.

Estamos en tierra de gadarenos, región de la Decápolis, territorio ajeno a Israel en todo sentido: está más allá de sus fronteras políticas pero también más allá de sus fronteras espirituales. Allí no hay pares ni prójimos, allí hay paganos, gentiles, extranjeros en nefasta mixtura para los ojos ortodoxos de quienes rigen las mentes judías de su tiempo.
Es dable pensar que los discípulos se queden a bordo de la barca, pues ellos siguen aferrados a esquemas perimidos: sin embargo el Maestro desembarca, su ministerio no tiene fronteras ni límites que puedan coartarlo, se trata de un Dios que se acerca, que se hace amigo, vecino, familiar.

Esos hombres viven en el cementerio, casa de la muerte, pues están como muertos sin retorno. Se los considera, según los criterios de la época, endemoniados. Quizás haya allí alguna patología psiquiátrica o neurológica, no lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que son dos almas agobiadas que responden con feroz violencia a ese dolor intolerable en que se han convertido sus vidas. A tal punto que los vecinos del lugar ya no pasan por esa vereda, por temor razonable pero también por la maldita costumbre de acostumbrarse, de acomodarse al sufrimiento con resignación.

La presencia de Cristo hace salir a la luz todo, lo bueno y lo malo en toda su dimensión. Nada ha de quedar oculto, y llama la atención que esos endemoniados reconozcan en ese Cristo al Hijo de Dios.
Nada ni nadie puede oponerse a la mansa fuerza del bien absoluto que irradia el Señor.

En ese plano simbólico, se enciende una súplica: los demonios que alienan y someten piden ser enviados a una cercana piara que pace en el lugar, como si no fuera su sitio la necrópolis, sino más bien su ámbito propio sea el de lo impuro, lo ajeno a Dios, y por ello mismo la piara se despeña hacia las aguas por el precipicio, hacia ese caos abismal en donde no hay vida.

Dos vidas se han recuperado en íntegra humanidad. Tal vez muchos más a partir de su enseñanza, pues no hay bien mayor en este mundo que la vida, don de Dios.
Con todo, hay queja de esos paisanos acostumbrados a endemoniados, cementerios y olvidos. La pérdida de la piara es muy gravosa, y allí está la verdadera escala de valores que esgrimen.

Nada hay más importante que la vida.

Más aún, quiera Dios que a ese Cristo de nuestra liberación nunca le pidamos que se aleje de nuestras existencias, y que cada vida bendita sea motivo de celebración, de su presencia entre nosotros.

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba