Semilla del Reino de Dios, humilde tenacidad












Para el día de hoy (26/01/18):  

 
Evangelio según San Marcos 4, 26-34






El sembrador de la parábola que el Maestro ofrece, en cierto modo sorprende a sus oyentes, todos ellos vastos conocedores de las cuestiones de la siembra y la cosecha. Es que este sembrador no hace las cosas lógicas, es decir, sembrar la semilla y luego cuidar su crecimiento, desmalezar el área, verificar las bondades del terreno.

Aquí sucede que la semilla tiene un empuje impensado, y que las bondades de la tierra que la cobija son incontables. Precisamente esa tierra lleva escondido el misterio de ese crecimiento; hay una fuerza sólo conocida por Dios que hace que inevitablemente la semilla crezca, y que no importen tanto soles o fríos, las fases de la luna, los afanes del sembrador. La semilla sigue su proceso de crecimiento -semilla, tallo, espiga, granos- en sus propios y especiales términos.

En estos tiempos en que nos hemos vuelto tan cultores del éxito y la instantaneidad, esta enseñanza vuelve a llamarnos.
Solemos preferir a un Dios glorioso que resuelva o haga las cosas a la medida de nuestras necesidades, sin espera ni paciencia, una fé automatizada en el yá mismo sin proceso, sin misterio, sin crecimientos.

El Reino que ofrenda Jesús de Nazareth es opuesto a esos esquemas. Tiene la humildad y pobreza de una semilla, y un destino cierto de árbol frondoso que cobije a todas las almas, pájaros del aire a la deriva. Tiene su tiempo de crecimiento, su proceso, su silencio fecundo, unos tiempos que a menudo no son los nuestros pero tenemos una certeza.

Nada ni nadie -ni nuestras propias miserias- pueden detenerlo

Paz y Bien

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