Cáliz y bautismo



Domingo 29º durante el año

San Lucas, Evangelista

Para el día de hoy (18/10/15): 

Evangelio según San Marcos 10, 35-45




Jesús de Nazareth les ha anunciado a sus discípulos, con toda claridad, que iba a ser atrapado, preso, que iba a padecer como un criminal y como un criminal sería ajusticiado en el cadalso romano, y que al tercer día resucitaría. Sin embargo, sus amigos siguen sin comprender nada, ciegos y sordos a la verdad infinita que el Maestro les ha revelado en su confianza.

Así Jesús se encamina, resuelto, hacia la Jerusalem que lo espera inmersa en una sombra ominosa que sólo expresa dolor, humillación y muerte. Aún así, su decisión es libérrima, de fidelidad absoluta. Su muerte no será un éxito de sus enemigos sino fruto de la decisión de entregar su vida como rescate de muchos, es decir, de todos. 
Mientras tanto, en ese santo peregrinar, los discípulos persisten en su confusión, y están preocupados por otras cuestiones. El contraste es desolador: el Maestro en camino hacia la ofrenda de amor mayor de su vida, y los discípulos enfrascados en una dialéctica de pura ambición.

Santiago -Jacobo- y Juan, los hijos de Zebedeo, se adelantan a los otros diez, y expresan en su pedido la misma mentalidad que impera en todos: quieren que el Maestro les garantice posiciones de privilegio en su gloria, a la que suponen el reinado definitivo, la corona de Israel. Ya se imaginan gobernadores, generales, cortesanos poderosos de un Mesías mundano, que se impone mediante la fuerza a sus enemigos.

La respuesta de Jesús de Nazareth, más que reproche, expresa tristeza y soledad aún estando rodeado de los Doce. Es verdad, ellos no saben, no tienen idea de lo que le están pidiendo. Ellos deben beber el cáliz de Cristo y recibir su mismo bautismo.

El cáliz de Cristo es aceptar sin reservas la voluntad de Dios, llenarse de Dios, aunque sea un trago amargo para la sed mundana, una bebida que se evita.
El bautismo, simbólicamente, implica sumergirse y morir bajo el agua, para renacer, emergiendo a una nueva vida. El bautismo de Cristo, por ello, es sumergirse en los marasmos de la muerte ofreciendo la totalidad de la existencia en favor del prójimo. Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y más aún, que el pobre viva pleno, en definitiva restauración de su humanidad plena del amor que es Dios dándose sin reservas.

La indignación que esbozan los otros diez contra los hijos de Zebedeo no radica en el pedido fatalmente erróneo que le hacen al Maestro, sino responde a un criterio muy menor: Santiago y Juan se han adelantado, ansiosos, a las mismas expectativas de los otros respecto del poder y la gloria que anhelan.

Es menester señalar una obviedad: hay últimos, hay muchos a los que se descartan y se los oprimen porque algunos se creen primeros, por encima de los demás, con prerrogativas y derechos de dominio, de poder, de superioridad.
Pero en el tiempo de la Gracia y la Misericordia, la Buena Noticia para todos los pueblos es que el poder auténtico es el servicio generoso e incondicional, como oblación humilde de la propia existencia a cada momento, en cada instante, para mayor gloria de Dios y de los hermanos.

Cristo es nuestra vida y nuestra liberación. Prisioneros y cautivos de todas las miserias, con su inmenso sacrificio ha pagado el rescate para que vivamos plenos, para la felicidad de sus amigos y de todas las gentes, el vino bueno y nuevo de la Resurrección, de la vida que prevalece por sobre una muerte que ya no tiene la última palabra.

Paz y Bien


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