Te hiciste camino, te hiciste pan compartido

Para el día de hoy (11/04/12):

Evangelio según San Lucas 24, 13-35

(Compartir una mesa suele ser, con un burdo criterio banal, un mero acontecimiento social, un accidente protocolar, un hecho más de la rutina cotidiana.

Sin embargo, tiene un significado mucho más profundo. En el modo de sentarnos a la mesa, en el modo de comer, en la compañía que podamos tener -o nó- se proyecta y exhibe lo que somos y como somos, y más aún: quienes comparten nuestra mesa y especialmente quienes no están a nuestra mesa nos definen y revelan nuestros corazones, nuestro ethos, y desde allí también podemos inferir como somos como sociedad, como pueblo y como nación.

Desde esta perspectiva, las mesas de Jesús de Nazareth son cuanto menos sorprendentes, y no erraremos al considerarlas provocadoras y escandalosas.
Desde esa Buena Noticia que nos sigue anunciando -hoy, ahora mismo- las mesas del Reino son aquellas en donde la vida se comparte y expande, donde a nadie se le impide participar, donde vamos descubriendo que todos, sin excepción, tenemos un destino de plenitud, sueño eterno de ese Dios que nos quiere para el festejo perpetuo.

A pesar de ello, solemos aferrarnos a la tristeza y a los escasos parámetros y esquemas de nuestra razón, impidiendo que el corazón hable. Y entonces nos sucede lo que a aquellos dos caminantes cercanos a Emaús: deambulamos agobiados por la tristeza y el desconsuelo, ateridos del más de lo mismo, esclavos conscientes del no se puede, del está todo dicho y hecho.
Pero año de Gracia y Misericordia, y es imprescindible dejarse sorprender, recuperar los buenos ojos de asombro.

No es tanto que andamos a tientas buscando respuestas que presuponemos no hallar: es Dios que sale a buscarnos, un Cristo compañero que se hace camino y nos enciende desde la Palabra para romper tanta soledad, para ahuyentar estas resignaciones con las que nos vestimos.
Y el corazón se nos enciende, algo increíble e indescriptible nos está sucediendo.
La tarde y el oscurecer se acercan ominosos, y no queremos quedarnos solos, por eso pedimos a ese Caminante que se quede con nosotros a compartir la mesa, a compartir la vida.

Allí sí, en el pan que se parte, comparte y reparte y abunda lo descubrimos y reconocemos. El Resucitado está con nosotros, lo sabemos, y entendemos que la vida no se nos apaga y el alma nos arde cuando Él se hace presente.

En cada mesa que compartimos, allí donde la vida se expande, donde nadie falta, allí volveremos a encontrarnos con Aquél que está vivo y es nuestra alegría y nuestra esperanza)

Paz y Bien


1 comentarios:

soledad interior dijo...

A pesar de ello, solemos aferrarnos a la tristeza y a los escasos parámetros y esquemas de nuestra razón, impidiendo que el corazón hable. Es una gran verdad, que el Señor nos conceda su gracias para ser pan partido para los hermanos.

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