De los derechos adquiridos al escándalo de la generosidad


Para el día de hoy (21/08/13):  
Evangelio según San Mateo 19, 30- 20, 16




(El Evangelio para el día de hoy nos ofrece una enseñanza del Maestro mediante el uso de una parábola, y cuando hablamos de parábolas es preciso dejar de lado literalidades y linealidades. Se trata de alegorías simbólicas que nos abren las puertas a dimensiones que están mucho más allá del simple texto.
Por ello hemos de diferenciar al propietario de los sembrados del Dios Abba de Jesús de Nazareth: el Dios de Jesús no es dueño de nada -todo lo ha dado para la Salvación-, no es un amor rico en bienes excepto en misericordia, no es partícipe de sistemas que condenen a tantos a la miseria y al desempleo.

Aún así, este propietario tiene ciertos visos sorprendentes: teniendo administrador y capataces, sale él mismo en busca de los trabajadores. Extrañamente, sale también a cualquier hora del día con tal de traer más y más obreros, a pesar de que muy probablemente no tenga necesidad de ellos. Y conviene para todos ellos, más alla de sus esfuerzos, un pago igual. En estos giros impensados se parece en mucho al Dios del Reino.

Al fin del día, la paga es controversial. Salario igual para los que apenas han hecho alguna que otra cosa y para los que se desloman desde muy temprano.
Inevitablemente, se suscitan las quejas airadas: los primeros han realizado muchos más esfuerzos que los últimos. Hay cierta ceguera y envidia: los trabajadores, cuando se celan y critican entre ellos, son presa fácil de los explotadores. Que un compañero pueda ganarse su sustento debería ser motivo de alegría y celebración.
Estos jornaleros de la parábola reclaman los derechos que han adquirido por antigüedad o esfuerzo en desmedro de los convocados hacia el fin de la jornada.

No somos muy distintos.
Imaginamos que pertenencias, participación a través del tiempo y méritos acumulados nos dan prerrogativas por sobre los demás, en especial por los que recién han arribado a los ámbitos que suponemos propios.
Pero esos ámbitos no nos pertenecen, y la generosidad de Dios -la Gracia- es escandalosamente solidaria.

No cuenta tanto lo que podamos realizar -si bien es importante- como el desmesurado e incalculable amor de un Dios que a toda hora sale a buscar a los que esperan, esperan aunque sea un mendrugo de trabajo, unas migas de supervivencia, unas gotas de compasión.
Y para todos, sin excepción, llueve misericordia, nos llegan canastas de un pan inacabable y el Dueño real nos vuelve a decir que la justicia para con los hermanos ha de ser motivo de celebración solidaria, de sereno festejo común.

Tal vez, en cierto aspecto, la Iglesia tenga ese cariz de alegrías compartidas por el bien que recibe el hermano, por la constante bondad del Creador)

Paz y Bien

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